Cómo Despedirte Y Superar La Muerte Inesperada De Un Ser Querido

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Un error que muchas personas cometemos al perder a alguien es tratar de negar la pérdida, no afrontarla y por lo tanto no despedirte, intentar evadirla o dulcificarla, hacer como si no doliera o como si no hubiera pasado, pero sí pasó.

Desgarra, pero es verdad, y no afrontarlo no ayuda, al contrario, te hará sentir pequeño, vulnerable, desconfiado, inseguro.

La realidad es que muchas veces en tu vida sufrirás, sentirás dolor, llorarás, pero si eres inteligente, debes saber que en el sufrimiento, el dolor y el llanto habita gran parte de tu aprendizaje de vida.

¿Quieres conocerte, comprenderte, descubrirte, aprender a canalizar tus emociones? Hazlo ahora. Los peores momentos son los mejores para eso.

Tienes que estar dentro del túnel para aprender a salir de él. Y entre tantas cosas necesarias ahora, tienes que aprender a hablarte a ti mismo con la verdad.

Sé que darías lo que estuviera en tus manos para que esa persona volviera, harías lo que fuera para volver a escuchar su voz, sus historias, para sentir sus caricias, para ver su mirada, mirándote, para sentir su compañía, su ternura, su aroma otra vez.

Eso no va a pasar y tienes que afrontarlo, esa persona no volverá por más que la extrañes, ni aun cuando te haga falta. Su pérdida cambiará las cosas, se llevará parte de tu alegría, dejará un vacío irremplazable y nada volverá a ser lo mismo.

Es ley de vida, a todos va a pasarnos, pero si quieres honrarle, debes afrontarla la partida, despedirte, aprender a hablar del tema, desahogarte, vivir el duelo.

La muerte no debe ser un tabú, las lágrimas no tienen por qué avergonzarte, no tienes por qué ocultar que duele.

Tuviste el privilegio de mañanas, tardes y noches en su compañía, de escucharle, de sus caricias, sus abrazos, de sonrisas y gestos, de compartir silencios y largas pláticas.

Estuvo cuando le necesitaste, aprendiste a su lado, descubrieron nuevas formas de hacer las cosas, fueron cómplices de algo que nadie más sabe.

Y no importa si crees o no crees en Dios o en religiones, esa persona no murió cuando su corazón dejó de latir, sólo cambió de lugar, y aunque ahora no puedas verle, seguirá presente en tu vida.

Su presencia habitará en ti, en lo más profundo de ti, en tu recuerdo, y cuidarlo, será tu forma de darle una luz eterna, más delicada y más bella de la que nadie más podría, más allá de las palabras, del tiempo y las cosas físicas.

Su recuerdo es el legado que dejó para ti, la huella que quedará para siempre, la que te obligará a no rendirte, a sostenerte, a levantarte, a seguir adelante pase lo que pase, como a esa persona le habría hecho feliz ver.

¿Te enseñó algo, a ser constante, a tener disciplina, a ir despacio, a darlo todo?, ¿te enseñó o te dejó algo que va más allá de las palabras?

Con eso quédate, con la semilla que planto en ti, con sus mejores lecciones y enseñanzas, con sus palabras y su forma de pronunciarlas, con las historias que te contó y los consejos que te dio.

Con la manera en la que influyó en ti, con esos rasgos suyos que llevas en tu personalidad, con ese obsequio que te dio que le costó sudor y esfuerzo, con esa prenda que lleva un recuerdo y que no vas a olvidar.

Quédate con su aroma, con el recuerdo de su mirada, con el modo estratégico que le aprendiste para hacer las cosas mejor, quédate con eso y sé con ello una mejor persona.

Su cuerpo y su presencia ya no estarán físicamente, pero su recuerdo, su belleza, su figura, su mejor momento, permanecerán contigo para siempre si tú lo permites.

Es ahí, al dejar legado, al ser recordadas, al hacerlas trascender a través de nosotros cuando las personas se vuelven eternas.

Si no haces la transición, si no elijes quedarte con lo mejor, lo mejor partirá con ella, se irá por no haber elegido, por dejar que el dolor le suplantara, y estoy seguro de que esa persona no querría sólo eso y mucho menos era sólo eso.

Si ella luchó, a su manera, con sus recursos, ahora te toca a ti ser valiente, afrontar la pérdida, hacer la transición y ofrecerle en tu mente un lugar sagrado donde nada le dañe y donde pueda iluminar con nueva luz, pero ahora, para siempre. ¡Arre!

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