Imagina esto:
Estás en una relación. Todo parece ir perfecto en la superficie. Pero, precisamente por eso, en el fondo comienzas a sentir un miedo constante.
Miedo a perder a esa persona, a que te deje, a que aparezca alguien más. A que un día esa persona desaparezca de tu vida, a que ya no esté, a que ya no la tengas.
Entonces, cada pequeño detalle, cada cosa que pasa, cada mensaje que tarda en llegar, te pone en alerta. ¿Y si hiciste algo mal? ¿Y si ya hay alguien más? ¿Y si, por algo que no puedes controlar, pierdes a esa persona y te quedas solo?
Empiezas a volverte loco con pensamientos sobre qué harías si esa persona se va. De repente, ya no te sientes feliz ni en paz. Y lo peor de todo es que ese miedo empieza a guiarte, a transformarte.
Ahora cedes en cosas en las que antes no hubieras cedido. Ahora tienes inseguridades que antes no tenías. Te quedas callado cuando algo no te gusta. Dices que sí para complacer cuando antes habrías dicho que no. Tratas de rellenar los huecos para que no falte nada.
Todo por el maldito temor de que, si no te comportas de cierta manera, o si algo falla, esa persona decidirá que ya no vales la pena, o se fijará en alguien más, o dejará de estar enamorada de ti.
Entonces, ya no eres tú. Ahora eres tu miedo. Y ese miedo te debilita, te transforma, te convierte en una versión de ti que da asco. Te hace depender del otro para sentirte completo. Te hace sentir que tienes que solucionar todo para que el otro te valore.
Cuanto más miedo tienes, más errores cometes. Más te apegas. Más control quieres sobre esa persona. Y menos control tienes sobre ti mismo.
Ya no eres tú. Todo lo que atraía de ti, todo lo que era valioso, todo lo que era único, ya no está. Ya no eres tú. Ahora eres una sombra de ti mismo, una versión deformada de ti que repele. Una versión de ti de la que cualquiera se alejaría.
Has escuchado aquello de que las personas no son tuyas, ¿verdad? Seguro que un montón de veces. Pero, ¿alguna vez lo has interiorizado?
Significa que nadie te pertenece. Que nadie está atado a ti por obligación. Que jamás tendrás la seguridad de que alguien estará contigo para siempre. Que nada, absolutamente nada, puede garantizarte nada sobre otras personas.
Si la preocupación y el miedo de perder a alguien te dominan, en ese momento tu relación cambia de dirección. Antes no sabías si iban a seguir juntos mucho tiempo más, pero tampoco sabías si no lo harían. Pero ahora, con el miedo instalado dentro de ti, te garantizo que eso sí acabará con todo lo bueno en tu relación.
El miedo a perder a alguien no solo te transforma a ti, sino que, irónicamente, es una de las formas más rápidas y seguras de empujar a esa persona lejos de ti.
La solución es contraintuitiva:
¿Estás bien con alguien? ¿Quieres seguir bien con esa persona? ¿La quieres en tu vida y en tu futuro?
Ok. Acepta la posibilidad de que esa persona pueda irse algún día. De que quizás no siempre esté a tu lado. De que un día, posiblemente, las cosas ya no funcionen.
No se trata de ser indiferente, frío o pesimista. Se trata de que esto te obliga a mover algunas piezas clave:
Como no depender jamás de nadie; como no tener que necesitar que alguien siempre esté a tu lado; como entender que eres completamente responsable de ti; como comprender que tu valor y tu felicidad en la vida no deben depender jamás de nadie más que de ti.
El día que lo entiendas, ese día no tendrás la necesidad ni la desesperación de controlar lo que no puedes controlar. Ese día podrás seguir siendo la versión de ti libre, autónoma y autosuficiente que encantó desde el primer momento. Ese día, esa persona tendrá más motivos para valorarte y estar a tu lado que para no hacerlo.
Nadie quiere estar al lado de alguien que se asusta tanto de perder que no puede ver lo valioso de vivir y disfrutar lo único seguro que sí existe: El presente.
Si aceptas que una persona puede irse y que, aun así, estarás bien, entonces te darás permiso a ti mismo de ser tú. Entonces ya no actuarás desde el miedo. Podrás decir lo que piensas, hacer lo que te hace feliz, ser leal a ti mismo.
Y cuando eres así, cuando ves hacia afuera desde la seguridad de que estarás bien pase lo que pase o falte quien falte, las demás personas lo sienten y responden. El miedo repele, pero la confianza atrae.
Al final, el verdadero poder que tendrás no es evitar que alguien se vaya, sino estar bien si lo hace.
Así que deja de aferrarte a las personas. Deja de agarrarte tan fuerte. Deja de hacer concesiones por miedo. Deja de transformarte en alguien que no eres ni quieres ser por miedo a que alguien más falte.
Acepta la posibilidad de que todo termine. Y, paradójicamente, una vez más, esa versión que estás construyendo de ti hará que nadie que esté en tu vida tenga motivos para irse.